- ¿Estado de la Kultura? El autor hace un balance necesario y oportuno para pensar también en el Estado de la Cultura costarricense.
OPINIÓN. Por Fernando Rodríguez Araya. La UNESCO es una organización de Naciones Unidades cuyo mandato fundamental es promover de manera integral a la Educación y a la Cultura como un pilar de desarrollo humano. No estoy haciendo ninguna publicidad a la UNESCO. No trabajo ahí actualmente ni creo que a futuro lo haré. Lo que quiero destacar es que desde una perspectiva de desarrollo social y económico, el vínculo entre la educación y la cultura es insoslayable. Pero en este país -insisto- desde hace muchas décadas se mira a la cultura de reojo y como un accesorio del Estado, muchas veces prescindible.
Si actualmente los indicadores de Desarrollo Humano Sostenible de nuestro país escriben la Educación con “s”, es muy probable que una revisión en el ámbito cultural concluya que se esté escribiendo cultura con “k”. Analógicamente, esa falta de ortografía se refleja en un concepto de cultura que es confundido con entretenimiento o con acciones meramente lúdicas y de carácter competitivo, como por ejemplo el Festival Estudiantil de las Artes; actividad que está impregnada de valores propios del deporte y no de la cultura. Y es ahí, en el ámbito de los valores, donde la ausencia de políticas de Estado para la inversión en cultura se nota.
No voy a hacer aquí un relato del deterioro social porque es palpable y sería un ejercicio nihilista, además de masoquista. Sólo voy a refrescar que la cultura vinculada a la educación permite que desde edades tempranas comprendamos la importancia de una identidad nacional con base en el conocimiento y el respecto al patrimonio material e inmaterial que nos define. Quien no sabe de dónde viene tampoco sabe para dónde va. Y quien no sabe para dónde va, ya llegó. Quizá por eso tenemos la sensación de estancamiento y de rezago en todas las áreas del país. Porque -si no nos habíamos dado cuenta- la falta de brújula en cultura y en educación afecta de manera definitiva y negativa el rumbo de cada uno de nosotros y de la sociedad que intentamos construir.
Voy a sonar a viejo cascarrabias, pero añoro cuando nos hacían cantar en la escuela los himnos del resto de Centroamérica. No lo entendí en ese momento, pero ahora me queda claro que era una forma de ubicar el contexto geográfico de lo que somos como Nación. No sólo señalando un lugar en un mapa, sino mediante el ejercicio artístico de entonar notas musicales y que nuestras neuronas “se dieran de golpes” tratando de descifrar las crípticas letras de los himnos. Y eso, más allá de ayudarnos a entender límites territoriales, nos ayudaba a adquirir el valor del respeto y de la tolerancia a la diversidad; aunque el canto no fuera lo de uno.
Recuerdo con añoranza interpretar en el colegio al periodista de “Las Fisgonas de Paso Ancho” o a Silverio de “Hoy es Fiesta” ¿Qué persona joven actualmente puede al menos citar un nombre de un dramaturgo nacional o de España? ¿Y eso para qué nos servía? No todos los que leyeron o interpretaron obras dramáticas se hicieron actores, pero eran parte del público que todavía durante los años 80 acudía a espectáculos artísticos y culturales. Ahora hay poco público, lo que genera pocos espacios culturales y cierra ese círculo nefasto que se conjuga con las deficiencias en la educación. Carencias que provocan tantas faltas de ortografía como faltas a la integridad de las demás personas que se refleja en las altas tasas de homicidios y otros delitos contra la propiedad y las personas.
La cultura está ausente del modelo de desarrollo Voz Propia
Podemos estar varios años “sin ir a Disney”, pero cuántos años más permitiendo que nuestra niñez y juventud se identifique más con las bandas de narcotráfico que con las bandas musicales de su comunidad. Cuántos años más sin presupuesto para fomentar el desarrollo de nuevos artistas y expresiones culturales. O peor aún, cuántos años más si ni siquiera este tipo de propuestas que convenzan a nuestros políticos y a nuestra sociedad en general de que vale la pena invertir en cultura y sumarla a los esfuerzos por despertar a la educación de su “apagón”.
Unos cuantos datos. En Costa Rica se estima que el aporte de la economía creativa y cultural al PIB es de 2,1%. En España es de 3,2%. Desde un escritorio, un burócrata que entiende la ejecución del presupuesto de un país como un simple ejercicio matemático, diría: “En proporción, en Costa Rica se debería de subir el presupuesto en cultura, mientras que en España, debería mantenerse o incluso decrecer”. Bueno, en el presupuesto de 2023 de este país se destinó al Ministerio de Cultura un -2,00% con relación al presupuesto 2022, ya de por sí muy maltratado. Mientras que en España se incrementó en un 13,5%. Algo está mal, dirá el burócrata ¡Claro! Si lo que sacamos es un simple cálculo. Pero algo está muy bien, si entendemos que el sector cultural fue el más afectado con la pandemia a nivel mundial y necesita recuperar sus niveles. Algo está muy bien, si entendemos que la cultura es inversión social y no gasto superfluo.
Último dato. Con una inversión de cerca de 80 millones de colones se logró llevar el programa “Teatro en el Aula” a poco más de 27.000 estudiantes de 388 colegios públicos del país. Un costo de poco menos de 3.000 colones por cada estudiante; diría el burócrata. Correcto. A lo que debemos sumar la posibilidad para esos miles de muchachos y muchachas de disfrutar una representación teatral en su propia aula y encontrar un espacio donde desinhibirse y conversar, durante casi media hora, de sus inquietudes adolescentes. En esa “zona segura” se activaron varias veces los protocolos de atención por denuncia “in situ” de “bullying” y de violencia intrafamiliar; entre muchas otras problemáticas. Estoy seguro de que esa experiencia vale más que 3.000 colones por estudiante, además de brindarle oportunidad de empleo a 10 profesionales del sector de arte dramático. “Negocio” redondo que dejó de realizarse, quizá por la cantinela del poco presupuesto.
Estamos en setiembre, hay que pedir presupuesto para cultura, pero hay que saber para qué; y sin duda alguna, hay que renovar la alianza con la educación. La Política Nacional de Derechos Culturales está por vencer y para generar políticas sólidas y de impacto real había que estar trabajando en ellas desde hace al menos un año atrás. Estamos perdiendo tiempo valioso y mientras tanto nuestros ciudadanos jóvenes no saben ni leer ni escribir bien, pero ante todo, no saben cuáles son los valores que los identifican, no entienden su lugar dentro de este territorio, ni tampoco son conscientes de su valor en un entorno familiar y social. Atributos que solo con una sólida formación cultural se pueden lograr. Y ese rezago, para una sociedad, es tan grave como escribir educación con “s”.
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