Más que relatos sobre tradiciones costarricenses
Gonzalo Chacón Trejos (1890-1969) escribió uno de los libros más entrañables de nuestra literatura. Su título, “Tradiciones costarricenses”, quizás nos obliguen a pensar erróneamente en un recuento o catálogo de viñetas terruñeras. Nada menos preciso.
Gonzalo Chacón Trejos (1890-1969) escribió uno de los libros más entrañables de nuestra literatura. Su título, “Tradiciones costarricenses”, quizás nos obliguen a pensar erróneamente en un recuento o catálogo de viñetas terruñeras. Nada menos preciso.
Este narrador, de profesión contador, supo reelaborar las leyendas y los pasajes históricos de su tiempo para conformar un libro de relatos, algunos de los cuales son magistrales.
A nuestro parecer evitó informarnos de la vida nacional y sus mamposterías sin enclavarse en el pleno folclore, el cual solo utiliza en algunos tramos.
Una de las narraciones más audaces, por su fuerza expresiva y su dramatismo, es “Eulalia Zamora”, que recrea el horror al estilo de un Guy de Maupassant. Leyenda o no de la época, Chacón ambienta un cuento perfecto mediante una atmósfera cargada de crueldad y búsqueda de redención.
EL autor se inclina por el protagonismo de héroes, intachables gobernantes, damas ilustres que han logrado impresionar con su huella apasionada la historia, curas notables y de cierta extravagancia, poetas bohemios, conflictos políticos que dejan su estela, entre otros. La prosa del autor refleja esos preciosos momentos del personaje histórico con un formidable conocimiento de hechos y ambientaciones.
Son verdaderos cuentos acerca de dramas amorosos: “El collar de perlas”, que propone la fatalidad del amor y la consideración de que el destino ofrece malas jugadas. Se acuña esta narrativa en la historia de un amor inconcluso que se convierte en condena y que de seguro encendió la imaginación de quienes lo relataban de boca en boca desde 1820, año en que sucedió o fue fantaseado el evento.
Lo que nos queda de la lectura amenísima de este volumen es que Gonzalo Chacón debió haber escrito más anécdotas sobre hitos del tiempo pasado. Nos deja el deseo de haber querido leerlo aún más por su amenidad y maestría. Nos quedan, sin embargo, semblanzas que ya son un clásico y que nos permiten mirar el ayer siempre con ojos sorprendidos.
Guillermo Fernández
