Corría el año 1991 y el mundo observaba asombrado el colapso de la Unión Soviética. Originalmente la perestroika de Gorbachov no buscó ponerle fin a la superpotencia, solo liberalizarla. De hecho Gorbachov planeaba renombrarla como Unión de Repúblicas Soberanas Soviéticas solamente dejar el socialismo preservando íntegro el territorio, pero las maquinaciones de Yeltsin y otras figuras lo impidieron.
Dos años antes se celebraba la caída del Muro de Berlín, el más icónico símbolo del fin de la Guerra Fría que había puesto en vilo a la civilización humana por el peligro de una conflagración nuclear. Pero aunque ésta nunca se dio –de lo contrario yo probablemente no estaría escribiendo esto ni usted leyéndolo- la Guerra Fría sí ensangrentó docenas de naciones por los conflictos civiles internos azuzados por las grandes potencias en lucha que los usaban como proxis.
Así, el fin de la guerra fría y el colapso de la Unión Soviética fue recibido con esperanza por algunos. Como la oportunidad para un nuevo comienzo de la humanidad donde pudiera vivirse en paz, y recordaba incluso la caída del Tercer Reich cincuenta años antes.
No todos, por supuesto, lo celebraron. La caída de la URSS fue recibido con zozobra y pena para muchos quienes simpatizaban con el marxismo. Y aunque la propia URSS fue a menudo el blanco de críticas y cuestionamientos por parte de los mismos socialistas (desde troskistas hasta socialdemócratas) algunas personas en el campo progresista temían que el mundo se tornara unipolar con un Consenso de Washington dominante e incuestionado. El fin de la historia como fue declarado.
Pero esto no sucedió. Las 15 repúblicas que constituían la URSS se separaron en 15 estados, cuyas fronteras no estaban del todo bien definidas étnicamente, causando nuevos conflictos interétnicos por reclamos territoriales e irredentistas que aun hoy no se resuelven. Casos como la guerra de Nagorno Karabaj entre Azerbaiyán y Armenia por la región de mayoría armenia en tierra azerí, muy similar a la situación de las poblaciones rusófonas en Karelia (Finlandia), Transnistria (Moldavia), Abjasia y Osetia del Sur (Georgia) y por supuesto la más conocida actualmente Crimea y Donbass en Ucrania.