Premiar el elitismo cultural con millones del Estado costarricense ◘ Editorial
Hay que repensar la fórmula. En cada una de las categorías es necesario de nuevo enfocarse sobre cuál es la más justa, la más transparente y honesta, así como la más correcta.
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EDITORIAL. Que el Estado premie con millones a una empresa de teatro para clase alta, excluyente, es muy cuestionable.
Hay tantas empresas independientes de gestión teatral y cultural que hacen grandes trabajos, que trabajan con limitados recursos y hasta en la miseria, pero que logran buenos frutos a pesar de eso.
ESAS SON LAS QUE NECESITAN Y DEBEN SER PREMIADAS, porque su esfuerzo es gigante y en condiciones limitadas para un público amplio e inclusivo. Nosotros que trabajamos todos los días en comunicación de artes y cultura, podemos percibir esta dura realidad.
Lamento la decisión de ese jurado (que al momento de escribir esto aún no sé quiénes lo conforman), supongo que no hicieron el trabajo de ir a una sala de pueblo, donde compañías de gestión y producción escénica y cultural trabajan. Se refleja el elitismo cultural que nos impera.
Y claro, tampoco se les puede culpar del todo: en Costa Rica los jurados no deben ir a revisar ni explorar para premiar, solamente revisar atestados de quienes proponen y se proponen para esos premios, lo que evidentemente condiciona para decidir por el mejor legajo hecho con los mejores recursos, con el apoyo de otras instituciones interesadas, y no necesariamente por quien trabaja y requiere de un Estado que apoye. Esto me parece un grueso error.
Cada año, el Ministerio de Cultura y Juventud, anuncia por estas fechas sus premios nacionales y, cada año, se pueden percibir premios muy merecidos o merecidos, pero también situaciones que necesitan de una reflexión. ¿Quién puede negar del merecimiento de Delfino.cr y Doble Check para ganar el Pío Víquez? Como escritor, tampoco dudaría de los premios en poesía y novela a Arabella Salaverry y Guillermo Fernández, aunque sean más subjetivos. En otros casos, desconozco la obra y no puedo opinar.
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Es decir, la valoración sobre quién merece, o no, los benditos premios nacionales, rueda en los patines de quien opine. Sin embargo, uno pensaría que estos premios son para galardonar a los mejores esfuerzos, no a los que tienen los mejores recursos dentro de la élite cultural. Y en esto, llueve sobre mojado.
La reglamentación y la Ley de premios nacionales actual debe, otra vez, reformarse; ha demostrado errores de fondo y permite el tráfico de influencias, así como la discriminación de los mejores y que más necesitan, frente a quienes tienen mejores condiciones, o mejores afinidades electivas (mejores amigos).
Entiendo que los jurados trabajan gratis, así que naturalmente no realicen la tarea como corresponde, en algunos casos, pero además porque es imposible, como en otros. ¿Leerán los jurados 50,70 o 90 obras presentadas a un premio nacional en todos los géneros literarios? Imposible. ¿Cuántos excluidos quedarán afuera de un premio de promoción o gestión cultural porque no tienen suficientes apoyos en otras organizaciones o sencillamente no sienten digno andar detrás de “cartas de recomendación” que apoye su trabajo para un premio?
En literatura, por ejemplo, propuse muchas veces en convocar a una asamblea general de autores (no me refiero a la extinta), donde escritores que se inscriban puedan ejercer un voto y sacar finalistas que finalmente un jurado internacional, pagado, termine por decidir. Que TODOS los escritores se inscriban, que todos puedan votar de manera electrónica (hoy no es excusa) y que finalmente se obtenga un balance. Incluso se pueden pensar en variaciones, que solamente voten quienes comprueben haber leído la obra, entre otras posibilidades. Pero en cualquier caso, siempre será mejor que esta endogamia donde los amigos, colegas, incluso familiares, premian a los suyos, y no a los mejores.
Hay que repensar la fórmula. En cada una de las categorías es necesario de nuevo enfocarse sobre cuál es la más justa, la más transparente y honesta, así como la más correcta.