¿No hay por quién votar? ¿De verdad?
Geovanny Jiménez S. OPINIÓN. La frase generalizada con la que llegaremos a diciembre en la recta final de la campaña electoral para febrero de 2018 es esa: “no hay por quien votar”.
Posiblemente miles de ciudadanos se quedarán con esa expresión en la boca, pero si usted tiene algún interés en la democracia y valora su importancia para la paz social y el bienestar de su país, lo invito entonces a seguir estas líneas para que, juntos, reflexionemos sobre el tema, y compartamos con los indecisos.
Excepto claro por aquellos votantes de “hueso colorado” y que siempre marcan por el mismo partido (votantes zombies), hay una masa creciente de verdaderos electores que cambia su voto según las elecciones. Este grupo representa en términos estadísticos a los “indecisos”, que en porcentaje interesante son volátiles (cambian su decisión varias veces antes de emitir el sufragio en febrero).

Entonces nos sobrevienen varias preguntas: ¿saben elegir esos indecisos realmente entre las opciones que se presentan? ¿Coinciden las propuestas de los candidatos con lo que esos electores desean de sus gobernantes? Para responder estas inquietudes volvamos por un momento a los números.
Son ese grupo de gente -los indecisos- quienes deciden a los gobernantes de Costa Rica. Según los sondeos ese grupo anda entre el 40% y 50% de la población que sí vota (es decir, no incluye abstencionistas, otro espécimen que podemos llamar muertos electorales). En simple, los números habituales de las elecciones nacionales son así:
70% Vota.
30% No vota.
Del 70% que vota, aproximadamente la mitad son indecisos, la otra mitad casi siempre tienen partido o, al menos, su voto es decidido tempranamente. Es decir, el 35% de la población representa los indecisos, y estos son quienes finalmente inclinan la balanza hacia uno y otro candidato. Depende de la coyuntura electoral, muchos de ese 35% podrían no votar y engrosar el 30% de abstencionismo.
En consecuencia, es un tercio de la población la que decide finalmente -en los últimos dos meses- las elecciones. En este tercio se ubica el llamado “voto protesta”, el voto de las personas siempre disconformes con el manejo de la “cosa pública” y que normalmente es alimentado por el sensacionalismo mediático y la corrupción estatal. Es un voto también volátil, nervioso y hasta indefinido.
¿Cómo conquistar ese voto protesta? La primera condición es ser oposición al gobierno, ojalá cuando este se ha desempeño de manera deficiente. La segunda es hablar mal del sistema, de todo el sistema, y plantear entonces lo que debe hacerse (aunque sea inviable o no se diga cómo debe hacerse). Pero luego viene el desencanto, cuando el gobernante elegido no cumple, porque sencillamente no podía humanamente cumplir. Es aquello de prometer y luego no cumplir, la principal causa del desencanto en el sistema y del abstencionismo.
Luis Guillermo Solís y el PAC ofrecieron un cambio por el que más de 1.300.000 electores votó. Pero la gente tenía una idea falsa de ese cambio. La gente quería un cambio radical, de mano dura, empoderado, para acabar la corrupción (que venía escalando descaradamente en los dos gobiernos previos). Pero el Gobierno electo no podía realizar un cambio radical, sino uno gradual, posible. Por eso luego, con el Cementazo, la gente le ha cobrado muy duro al Gobierno sus errores -quizás por omisión- en el tema de la lucha contra la corrupción, que ofreció como bandera y logró ese voto protesta decisor. Todo eso a pesar de que el Gobierno cierra con indicadores muy favorables a nivel socio-económico.
Pero además de radical, ¿qué cambio imaginaba la gente en el espectro ideológico: hacia la izquierda o hacia la derecha? Y el gobierno hizo cambios graduales en ambas direcciones. Pero era natural que ambos quisieran el cambio total en su escenario ideológico. Y esto nos enseña algo elemental: ningún Gobierno podrá complacernos ni personal ni grupalmente a cada uno de nosotros los ciudadanos. Eso no es posible, sólo podrá convencernos en parte y hacer también en parte lo que nosotros pensamos como lo mejor.
Por ejemplo, si usted no quiere un gobernante corrupto o aliado a los corruptos, pues revise bien quiénes no están ligados a esos grupos que tanto daño hacen al país.
Ahora bien, ¿para dónde se está yendo en estas elecciones ese voto protesta tan marcado? Como usted estará pensando, es claro que es Juan Diego Castro quien está cosechándolo. Pero mucho cuidado: ¿no estaremos repitiendo el mismo error, de comprarle a políticos populistas ofertas de cambio imposibles, promesas vagas que no incluyen el cómo realizarlas? Debemos exigirle a los candidatos y partidos honestidad intelectual, que nos digan cómo harán para lograr lo que dicen, porque eso de quejarse y protestar por lo malo es fácil, lo hace cualquiera al frente de las cámaras, pero decir cómo y hacerlo, es otra historia. Y eso es lo que necesitamos en este país.

En consecuencia, ningún candidato ni partido puede convencernos en totalidad sobre sus ideas, propuestas o el encanto de su candidato. Así que si está esperando un candidato ideal, tome asiento mejor, porque aunque tal vez usted tope con suerte, gastará su tiempo esperándolo. Dicen por ahí que “lo perfecto es enemigo de lo bueno”.
Entonces, ¿sabe usted elegir a sus gobernantes? ¿Se informa usted y piensa realmente en las propuestas de los candidatos y partidos? Posiblemente la mayoría en este país no lo hace.
¿Qué espera usted de un candidato a la Presidencia o a la diputación de su provincia? Posiblemente lo mismo que todos: decencia, propuestas buenas y mucho trabajo. Pero, ¿y cómo determina usted eso si solamente está pensando en la imagen del candidato o en la sensación que le deja su presencia personal o su comportamiento en debates? Algo no conecta: usted quiere excelencia en el candidato, pero usted no se fija en la excelencia. ¿Entonces cómo hacemos?
Ningún candidato es perfecto o ideal, pero habrá uno que se aproxima más a su pensamiento, a sus ideas y a lo que usted espera de él, por eso es mejor informarse, leer su programa de gobierno y poner atención. Ahí es cuando usted se dará cuenta que sí hay por quien votar, pero que usted no podía lograrlo si solamente estaba fijándose en cómo camina o habla el candidato.
Algunos hablan del “menos malo”, pero depende como se quiera ver, quizás se trata del vaso medio lleno…