OPINIÓN. Por Gustavo Adolfo Araya. La lógica de la polarización es el juego del populismo. El populista (autonombrándose defensor del pueblo) contra corruptos, poderosos, etc. Caer en su juego es creer que se trata de bueno, contra malo; cuando en realidad se trata de no escoger entre dos malos al mal mayor.
Debemos entender que en el país hay ciudadanía que ya lo perdió todo, para quienes el modelo de desarrollo que otros defendemos nunca ha significado su beneficio. Vote por quien vote seguirá en la miseria. ¿Si ya lo perdió todo, la preocupará perder la democracia?
Al populismo no le interesa la racionalidad, no le interesa si sus promesas son ciertas o no, posibles llevarlas a cabo o no. Su única lógica es la venganza, emocional, apelar al castigo, a romperlo todo. No le importa si destruye. No tiene nada qué perder y sí todo qué ganar.
El populismo busca alimentar para cada razón una sinrazón, para cada piedra de fundamento democrático, aquello que la haga resquebrajarse; para cada promesa fundamentada, la promesa que solo signifique revertir el estado de las cosas aunque sea con base en falsedades.
No le importa si hay otro mejor o peor, le interesa ser la opción que subvierta el estado de las cosas. La desesperación lleva a la ciudadanía a encontrar esperanza en ello. Al populismo sólo le interesa crear el espejismo que alimente esa esperanza, no cumplir con lo prometido. Le interesa el poder por el poder.
Al populismo solo le interesan los culpables y señalar errores. Se goza en las fisuras ajenas, pasando por alto las grietas propias. Le interesa señalar con dedo acusador a otros partidos, cuando el propio esconde lo que advierte en otros.