La libertad del egoísta ◘ Voz Propia

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La libertad y el animal político

El zoon politikon, nosotros, el animal político, la política misma, nace cuando los seres humanos se dan cuenta que necesitan organizarse porque todo es un desastre, una anarquía caótica, si los intereses de unos y otros imperan.

Cuando todo era “a la libre”, la ley del más fuerte imperaba y no había sociedades, sino grupos en lucha por conseguir cosas básicas como protección o comer. Eran, evidentemente, los tiempos del hombre de las cavernas, de la prehistoria misma.

Por esa razón, las primeras sociedades en crearse y prosperar fueron aquellas que lograron organizarse e imponer el bien colectivo antes que el meramente individual. La civilización, la ciencia y la tecnología tienen sus basamentos en ese paradigma fundamental de la evolución humana.

La libertad del egoísta.
El ser humano tiene espacios cerebrales para comportamientos individualistas como colectivos. Pero es ya otro tema.

Sin embargo, ese humano cavernario aún queda en la genética de la humanidad y todavía luchamos contra él, tanto de manera individual, como de manera social y, sin duda, global. Ese “Hombre de Cromañón” subyace en las personas egoístas, en quienes solamente velan por sí mismos, sus intereses, sin importarle las otras personas del grupo social.

Egoísmo significa eso: el culto al ego, el yoísmo, el yo soy lo único importante, los demás que se jodan.

El egoísmo, aunque incivilizado y evidencia de un retardo en la evolución humana, sigue imperando incluso en quienes llegan a tener poder, entre quienes son dueños de las grandes riquezas del mundo y de quienes gobiernan nuestros países.

La libertad egoísta de hoy

Pero hay excepciones, por supuesto, pero hay gobernantes cuyo egoísmo es tan fuerte que adquiere formas como la petulancia, la soberbia y la arrogancia. Ese es un egoísmo no muy inteligente, pero sí muy peligroso para una sociedad.

En el plano de la sociedad los egoístas abundan y se manifiestan de múltiples maneras. Algunos lo controlan mejor, otros lo disimulan e incluso están quienes se inhiben por la presión social, porque de lo contrario serían asesinos a sueldo del contrato social, es decir, personas cuya única ley es la propia y no la comunal o social, a quienes no importa el beneficio o perjuicio de los otros.

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En una sociedad como la nuestra, donde los valores de la libertad y la democracia están fuertes y ensanchados, el egoísta cobra particular relevancia. En efecto, el egoísta se fortalece cuando hay libertad y pretende decirnos que su egoísmo es, precisamente eso: libertad. Pero no es así.

La libertad es un concepto muy manoseado y manipulado, desde países gigantes como Estados Unidos usándola para invadir y quitar su libertad a otros países cuyos recursos ambiciona robar, hasta las personas que dicen tener libertad porque no las obligan a usar mascarillas sanitarias o vacunarse para evitar mayores contagios.

Como nos enseñan desde la misma escuela, nuestra libertad termina donde afecta la libertad o los derechos de los demás. Por eso nunca es válido pedir o conceder libertad cuando está en riesgo el resto de la sociedad, el resto de las personas.

Por eso matar o robar son delitos, porque son límites fundamentales a esa libertad, como lo es tomar medidas que protejan la salud de los demás; algo que Costa Rica entendió desde hace décadas y ahora algunos políticos y grupos populistas quieren dejar atrás.

El mismo principio aplica para los temas ambientales, donde algunos políticos y grupos “pro libertad y pro mercado”, propugnan por dar prioridad a las necesidades primigenias humanas, antes que a la preservación, conservación y sustentabilidad del mismo planeta (es decir, del futuro mismo de la existencia humana).

No es extraño que ese liberalismo económico base toda su teoría en el individualismo, en la defensa de los derechos individuales antes que los sociales, una forma muy cómoda y complaciente que, por supuesto, siempre tendrá adeptos entre quienes siempre buscan el facilismo.

La visión de la libertad desde el egoísmo es la más pobre conocida y deja en evidencia a una sociedad que involuciona, que deja de lado los avances civilizatorios para satisfacer los deseos más irresponsables y egoístas de quienes solamente piensan en sí mismos, ya sea por puro egoísmo o por razones politiqueras. El pretender eliminar la vacunación obligatoria es un clarísimo ejemplo de este comportamiento, pero existen otros ejemplos en la actualidad.

Retornar a la época del Australopitecus no es un gusto que la sociedad moderna puede darse en este momento, aunque ese prehistórico sea una versión mejorada, una versión de nuestro siglo.

Sobre el tema hay estudios amplios si desea ahondar.


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