OPINIÓN. La jefa de fracción oficialista, Pilar Cisneros Gallo, hizo una colección de acusaciones contra sus colegas diputados que produjeron reacciones enardecidas. El exabrupto de Pilar Cisneros es comentado en este artículo de opinión.
El exabrupto de Pilar Cisneros
Lo alucinantemente grave de las expresiones de Pilar Cisneros en la Asamblea Legislativa no pasa porque defienda un punto. Se trata de una inusitada, supuestamente ignorante, afectación al sistema democrático de Costa Rica.
Cada quien tiene su criterio sobre Pilar Cisneros. Pero es absolutamente claro que ella está dispuesta a jugarse cualquier cosa, por su papel como abanderada de un proyecto populista que esta mujer parece no tener claro. A pesar de ser periodista, parece que nunca pudo entender que hay sistemas y legalidades que van más allá del sensacionalismo.
Y esto es fundamental: Pilar Cisneros como hija del sensacionalismo periodístico es perfectamente una nueva hija del populismo político.
No puede ser -parafraseando a Cisneros- que hoy se ajuste incluso a ofender a todos sus compañeros diputados y compañeras diputadas (incluso a una de su propia fracción), al sistema legal parlamentario y al sistema democrático de pesos y contrapesos legislativos, para defender lo que para ella y el Gobierno era un “triunfo legislativo”, al impedir que el 911 no pudiera se afectado por la regla fiscal. Una vergüenza de pragmatismo pésimamente mal enfocado.
Pero no es nuevo en la retórica de doña Pilar, solamente hace unos días llegó a la comisión para investigar las campañas de los partidos en la anterior elección presidencial, con un verbo igual de imprudente como el que presentó en el plenario: llegó a dudar de los demás diputados y sus cualidades indicando que esperaba “no fuera un circo político”.
Ella está ya cargada de improperios hacia la institucionalidad, incluso cuando podemos estar de acuerdo, que van resquebrajando los sistemas y la legalidad. Culpando a diestra y siniestra con una evidente muestra de ignorancia, pero sobre todo de prepotencia política.
Pero dejemos de lado toda esta manifestación de politiquería conveniente. Doña Pilar, a quien muchos considerábamos sabia y ecuánime en múltiples facetas de su desempeño profesional, ahora incluso se enfrenta personalmente y alude a otras personas con total desparpajo, como lo hizo con una diputada liberacionista hace unas semanas y como lo hizo con su propia compañera de fracción, María Marta Padilla, quien terminó llorando.
Resulta que, además, se dice aprendiz de la democracia y de la política, cuando la desdeña de manera recurrente, porque parece no tener claros ninguno de sus preceptos. La democracia no es una gerencia ni es un una dirección de un telenoticiero, donde se manda y se hace a su antojo.
Si usted escucha las acusaciones que la diputada profirió en el plenario, en dos ocasiones, tendrá claro que se trataban de una niña rencorosa, llena de berrinche, sin inteligencia emocional alguna, porque un falso triunfo podía ser cambiado por las claras reglas del juego parlamentario y democrático. Y lo peor: reclamó por truculencias cuando ella pretendía una.
Doña Pilar se ha cargado todo el peso del Gobierno en la Asamblea. Los demás diputados asienten. Doña Pilar sabe que la única fracción del Congreso es ella y que el único Ejecutivo es él. Y después se ofende cuando le dicen que funciona como si fuera una dictadora.