30 de marzo de 2023

El efecto Trump: la nueva cara de la ultraderecha (3) ◘ Voz propia

La tercera entrega profundiza sobre el trasfondo ideológico que rodea el fenómeno del expresidente estadounidense y un movimiento asiduo de poder que se niega a la derrota electoral.

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  • Este lúcido y exhaustivo análisis sobre el fenómeno de Donald Trump en la sociedad y la política actual no deja punta que afilar.
  • Todo el análisis se realizará en 4 entregas durante los siguientes días, esta es la tercera.
Daniel Gonzalez
Daniel González Ch.

Por Lic. Daniel González Chaves*. OPINIÓN. Desde hace muchas décadas los viejos emblemas de la ultraderecha tradicional fueron gradualmente dejándose de lado conforme fracaso tras fracaso electoral demostró que las poblaciones del mundo no tenían el menor interés en votar por grupos que reivindicaran el fascismo en sus distintas variantes. Los éxitos electorales cosechados por partidos que tuvieran el menor ligamen neonazi o neofascista como el NPD alemán o el Movimiento Social Italiano eran exiguos, a menudo limitados a parlamentos locales o concejos municipales, y testimoniales para todos los efectos. La única excepción fue Amanecer Dorado en Grecia, fenómeno que pereció tan súbitamente como surgió y que tras perder toda su representación parlamentaria su dirigencia fue condenada por actividades criminales.

Quizás la primera en entender esto fue la francesa Marine LePen. Súbitamente aplicó una reingeniería a su partido, el Frente Nacional, fundado por ex SS y negacionistas del Holocausto. Expulsó a su propio padre y fundador conocido por sus posiciones radicales y reformó el partido integralmente. De pronto pareció convertirse más en un partido convencional, meramente conservador con una serie de posturas claras como oposición a la migración, particularmente la islámica, nacionalismo, rechazo a la UE y al multiculturalismo, pero lejos de cualquier racismo (de hecho hay negros y judíos en el Frente Nacional) o antisemitismo (incluso, al contrario, son aliados de Israel y críticos del Islam al que tachan de antisemita).

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Similares agrupaciones surgieron en toda Europa; Alternativa por Alemania, el Partido de la Independencia del Reino Unido, Vox en España, el Partido de la Libertad de Austria, el Kotleba en Eslovenia, el Partido por la Libertad de Holanda, la Liga en Italia etc. Todos los cuales cosecharon notorios éxitos electorales tornándose en importantes bancadas en sus parlamentos y en algunos casos siendo parte de coaliciones de gobierno. Muchos de ellos conformados por ex miembros de partidos conservadores o independientes que nunca militaron en la ultraderecha neofascista o expulsaron a los sectores más radicales y racistas de sus filas. En donde surgieron prácticamente aniquilaron a los partidos neonazis cuyo electorado se vio claramente atraído por esta nueva opción más pragmática (tras el surgimiento de AfD el NPD prácticamente desapareció en Alemania, similar a la Falange en España con el nacimiento de Vox).

En Hungría el otrora neofascista Jobbik pasó por un período de reingeniería tan radical y por un esfuerzo tan tesonero de reinventarse y mostrarse como una opción democrática que hoy en día se le considera a la izquierda del actual partido gobernante, Fidesz, de Víctor Orban al punto de que la oposición moderada de izquierda y centroizquierda ha dicho estar dispuesto a incluirlo en su lucha contra Orban. Porque sí, en algunos países como fue el caso de Estados Unidos, lejos de crearse su propio partido figuras de esta tendencia se limitaron a tomar el liderazgo de partidos conservadores convencionales, casos de Orban en Hungría, Boris Johnson en Reino Unido, Mahendra Modi en India, Erdogan en Turquía y Duterte en Filipinas. Vladimir Putin, viniendo de un partido conservador convencional, ha alentado y financiado muchos de estos movimientos o es cercano a muchas de estas figuras como Marine Lepen, quizás por mera geopolítica ya que estos partidos suelen ser antiatlantistas y preferir a Rusia por sobre Estados Unidos como aliado por ver en Rusia a un bastión del nacionalismo y del conservadurismo cultural que buscan emular. Dicho esto, Putin nunca ha tenido posiciones xenofóbicas contrario a lo que algunos bulos de Internet han querido hacer creer como un discurso falso difundido donde supuestamente Putin hablaba contra los inmigrantes musulmanes ante la Duma, discurso que nunca ocurrió. Al contrario, la posición de Putin hacia la migración ha sido reconocida como una bastante humanitaria al punto de que protestas se han realizado en Rusia por parte de grupos neonazis contra las políticas migratorias del gobierno ruso.

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Si usted votara en Estados Unidos, ¿por quién hubiera votado?

Similares movimientos, a menudo calificados como populismo de derecha y neonacionalismo, han surgido en múltiples latitudes. Podríamos hablar del partido Kibo en Japón, del Partido Popular de Canadá, del Rodina ruso y del Pauline Hanson’s One Nation de Australia, y por supuesto, nuestra región no es excepción con figuras como Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, Luis Fernando Camacho en Bolivia, Jaime “El Bronco” Rodríguez en México y, por supuesto, nuestro propio Juan Diego Castro.

Todos estos grupos tienen una serie de elementos comunes:

  • Rechazo al multiculturalismo. La idea de que se puede vivir en una sociedad multicultural donde distintas etnias y religiones coexistan en paz es mal vista. Para ellos una religión (usualmente la cristiana) y una etnia (usualmente la blanca) debe ser dominante. Pero, este rechazo al multiculturalismo está matizado. Como hemos dicho, aquellas minorías que se integren (como los judíos, en general una minoría discreta y totalmente adaptada a la cultura occidental o la budista conocida por su pacifismo) no tendrá problemas siempre que reconozcan la supremacía cristiana. En cambio otras religiones más polémicas o “conflictivas” como el Islam o el neopaganismo son más mal vistas. Siendo particularmente emblemático el caso del Islam quizás la más frontalmente opuesta por prácticamente todos estos grupos. Por supuesto que esto tiene sus variantes locales, en Japón donde casi no hay musulmanes la hostilidad de la ultraderecha es a los coreanos y chinos, mientras en Rumania es hacia la minoría húngara católica y gitana que tienden a crear comunidades cerradas y, por supuesto, en la islámica Turquía son los kurdos. Por supuesto que los ateos no suelen ser bien vistos aunque la mayoría son partidos seculares, aun así ven mal el llamado “ateísmo militante” usualmente asociado con sus enemigos “progres” y de izquierda, retomando a la religión mayoritaria de sus naciones como bandera “a defender” de la embestida “ progresista” que le es supuestamente hostil.
  • Rechazo al multilateralismo. Estos movimientos son nacionalistas, y como tales sus reivindicaciones nacionalistas, a menudo rayando en el chovinismo y contrarios a un difuso “globalismo”. Ven mal la pertenencia a organismos internacionales que puedan poner en entredicho la supuesta “soberanía” nacional. Y aunque en esto tienen coincidencias con la extrema izquierda que a menudo rechaza el multilateralismo e incurre en el nacionalismo de izquierda, su peso en política es mucho mayor. De ahí que es bien sabido como en Europa estos grupos abogan por la disolución de la Unión Europea, respaldaron el Brexit, Bolsonaro y otros abandonaron la Unasur, y Trump sacó a su país de la OMS y dejó de financiar a la ONU.
  • Anti-intelecualismo. Para muchos de estos grupos la Academia y la comunidad científica está controlada por burócratas e intelectuales de cafetín que viven en sus torres de marfil alejados completamente de los problemas de la gente común y el discurso en contra de los científicos e intelectuales es común (lo vimos en Costa Rica donde se usaba el término “intelectuales” a modo de insulto y donde para algunas personas ser profesional graduado de una universidad pública lejos de un orgullo es motivo de señalamiento y vergüenza). Para ellos muchas de las posiciones que son consenso científico como el cambio climático antropogénico o la validez de las vacunas son cuestionadas, ni hablar de las medidas sugeridas para combatir el COVID. Acá entra muy en juego la idea de ser “rebelde” que atrae a una parte del electorado, el poder decir que si la élite intelectual dice algo y el presidente va en contra se está “rebelando” contra dicha élite. Ejemplo de ello la salida de Trump del Acuerdo de París y sus enfrentamiento con el Dr. Fauci, o el desinterés de Bolsonaro hacia la Amazonia. Naturalmente relacionado con esta postura anticiencia hay una postura antiambientalista ya que la mayoría de científicos defienden posiciones ecológicas.
  • Rechazo a la migración: por supuesto el gran tema. Tradicionalmente cualquier sociedad en crisis tiende a encontrar chivos expiatorios y estos suelen ser más fáciles de encontrar entre los que son diferentes, por lo que los extranjeros y otras minorías son presa fácil, como sucedió con los judíos en los años 30. Pero hoy en día esto es virtualmente imposible de retomar por corrección política, no así en el caso de los inmigrantes vistos como un elemento ajeno en todas las sociedades por aporofobia más que xenofobia ya que el inmigrante odiado suele ser el pobre, no el inmigrante adinerado. Acá, nuevamente, hay matices. Vox ha hablado abiertamente que está de acuerdo con la migración de Latinoamérica por compartir “la misma cultura y religión” (algo en lo que choca con los neonazis españoles tradicionales de grupos como Falange y Democracia Nacional, hostiles a los latinoamericanos tanto como a los musulmanes) y que solo se opone a la migración africana-musulmana, mientras que en Costa Rica la oposición es a la migración nicaragüense, en Brasil a la venezolana, en Australia a la china, en Japón a la coreana, etc.
  • Autoritarismo. Es claro que estos movimientos plantean ideas autoritarias y antidemocráticas no muy distintas de lo planteado por la extrema izquierda o autoritaria a la que tanto critican, paradójicamente. Desde el “gobernar por decreto” de Castro, hasta el proponer cortar manos a ladrones como hizo El Bronco, el conocido autoritarismo de Bolsonaro y Bukele, ni hablar de turbias figuras como Duterte, Orban o Erdogan que han erosionado las democracias de sus países a niveles extremos, y por supuesto el propio Trump que despidió a su secretario de Defensa por negarse a usar el ejército para reprimir a manifestantes civiles y que ahora parece negarse a reconocer su derrota electoral. Para estos personajes la solución al crimen es la violencia, a menudo sin juicio, y la represión, siendo Duterte uno de los corolarios más representativos de este radicalismo como es bien sabido.
  • Y finalmente el populismo de derecha. El hacer promesas demagógicas que sean imprácticas o incumplibles pero que suenen bien o sean lo que el electorado quiere oír (construir un muro que no se logró terminar, los decretos por Twiter de Bukele muchos de ellos inválidos, o las promesas de Juan Diego Castro de meter a la cárcel a los corruptos y agresores domésticos, cosas que en todo caso corresponderían al Poder Judicial y no al Ejecutivo).

En otros temas como aborto y derechos LGBT no hay uniformidad, esto porque estos partidos (al ser populistas) se amoldan a la cultura en que existen. Así en sociedades muy liberales donde esos temas están superados no les dan importancia o, más bien, los acogen como propios por ejemplo en Holanda el líder ultraderechista Geert Wilders precisamente usa esos derechos como parte de su retórica antiislámica aduciendo que de ingresar más musulmanes al país se traerán abajo los logros del aborto y el matrimonio igualitario, mientras que en otros países socialmente conservadores como la católica Hungría Orban está totalmente opuesto a esos temas.

No es la intención de este autor justificar tampoco el radicalismo islámico. Como secularista y creyente en la democracia, los Derechos Humanos y los fundamentos de la civilización occidental estoy totalmente de acuerdo en que los musulmanes que ingresen a vivir acá son bienvenidos siempre y cuando se integren y adapten a nuestra cultura y sociedad. Sin renunciar a su religión, pero de forma similar a como budistas, hindúes, sikhs y otros grupos han podido mantener su fe sin entrar en conflicto con nuestros valores y principios occidentales, al contrario, abrazándolos. Condeno completamente los recientes crímenes musulmanes en Francia que atentan contra nuestra cultura y libertad de expresión. Pero tampoco puede negarse que la ultraderecha occidental utiliza estos temas de manera oportunista y que pretenden establecer gobiernos autoritarios que no difieren mucho de lo que los musulmanes radicales también aspiran a hacer. No tiene sentido escoger un mal sobre otro, existiendo opciones como liberales, socialdemócratas, democristianos y otras alternativas moderadas para defender la cultura occidental.

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