OPINIÓN. Por Leonardo Merino T*. Es fácil -para cualquier sector que lo desee- argumentar, alimentar y expandir una sensación que no estamos midiendo bien; a saber: la autonomía consiste en que un grupo de instituciones/personas no quieren que le toquen sus privilegios.
Por inexacta que sea esa reducción, hay que entender que eso piensa la gente, o la defensa será también incorrecta. La falta de claridad y precisión del debate aumenta la polarización y permite un buen caldo de cultivo para el ataque engañoso
En el mundo, no solo acá, se dieron luchas, reformas y pasos legales y constitucionales para la autonomía, porque es un valor de fondo.
En la Educación Superior Pública, la autonomía ha sido clave en regímenes (con tendencias autoritarias o no) para proteger la libertad de cátedra, reducir la posibilidad de que intereses económicos afecten directamente la capacidad pública de atender la formación de las personas, de realizar investigación, de educar en áreas de interés humanístico, o de alimentar el pensamiento crítico, que puede cuestionar las autoridades mismas, el estilo de desarrollo o el ejercicio del poder. Incluso evitar la persecución política y el control del pensamiento.
En la Seguridad Social, la autonomía impide que un gobierno o grupos de presión desmantelen la cobertura o calidad de servicios, con el objetivo de favorecer al sector privado y hacer que la salud dependa del dinero, como sucede en muchos países del mundo.
Sin duda, se debe reconocer que parte del problema vino de abusos y desigualdades en materia salarial, que ya ha comenzado a ser abordadas, incluso fuertemente.
Pero si la discusión se mantiene en la falsa contraposición entre “protectores de privilegios” y “los y las demás”, en nombre de una mal entendida autonomía, seguirá siendo fácil atacarla. Hay que explicarla, no solo defenderla.
*Politólogo.