30 de marzo de 2023

¿Por qué el cambio no es posible? Amigocracia en la cultura política costarricense

La #amigocracia, así con etiqueta de redes sociales, es hoy, ya, un concepto con un claro contenido y sustento en la realidad política. La meritocracia se diluyó por su propia subjetividad y ha dado paso a una vieja -pero ahora más evidente- forma de establecer relaciones de poder en la política costarricense.

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OPINIÓN. En junio de 2014 me preguntaba ¿cuál es el criterio para nombrar un equipo de gobierno y darle consistencia y coherencia? Hay tantas respuestas como demagogia y reflexión existan, pero en Costa Rica el panorama nos ha ido dejando algunas pistas que, quizás, no son tan nuevas, pero ahora destellan, para comprender lo que sucede.

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Hoy, en febrero de 2019 el tema sigue vigente y con más relevancia a partir de los nombramientos de jerarcas y asesores -el caso de Epsy Campbell- en el segundo gobierno del PAC. Pero también, es importante ampliar el tema a las relaciones de poder que se dan en Costa Rica en todas las instancias estatales.

La primera pregunta que me hice, a la entrada del primer gobierno PAC fue: ¿para qué un partido político construye sus propios cuadros y tiene sus propias estructuras, si al final la designación de puestos y funciones se decide por relaciones de confianza y amistad?

Alguien me dijo una vez que este es un comportamiento natural de la política y siempre se ha dado, porque es lógico que un jerarca nombre a gente que pueda influenciar, a quien le tenga confianza y pueda controlar más allá de lo político. Y es cierto. Pero entonces, ¿qué pasó con la meritocracia, el poder de los mejores?

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En las dos campañas recientes, el ataque al clientelismo y los pegabanderas fue un estandarte de al menos dos partidos: el PAC y el FA. Y muchos dijeron, es el tiempo de la meritocracia, no más inútiles en los gobiernos subiendo y bajando elevadores; pero entonces surgió otra realidad. Les cuento…

El PAC, que logró llegar al Ejecutivo de nuevo para sorpresa de propios y extraños, tuvo que aliarse y formar -en ambas administraciones- un gobierno en conjunto con otros partidos. El resultado: una combinación de experiencia proveniente de antiguos políticos del PUSC, algunos del PAC también y una buena dosis de la juventud PAC (formada por menores de 35 años).

¿Y qué pasó con los líderes, de experiencia, trabajo y capacidad del PAC? Algunos fueron nombrados, pero una buena porción de ellos fueron ignorados o, en el algor muy tico, fueron ninguneados.

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Un caso particular es el Ministerio de Cultura y Juventud, donde después de la fallida presencia de Elizabeth Fonseca como ministra, el entonces presidente Solís Rivera abrió las puertas a una ministra que parecía nueva, pero traía en su respaldo a un grupo de ex contratistas y gente de confianza de la administración de Manuel Obregón, ministro de Laura Chinchilla.

Y ese grupo se ha empoderado, hasta hoy, en función de los intereses de grupos asociados la industria cultural, es decir, a la famosa economía naranja cuyo interés es preservar y fortalecer la capacidad de producción de eventos del MCJ para el negocio de esos grupos. Se re-tejió entonces una red de influencias que vio amenazado su dominio con la llegada del PAC.

Muchos ex liberacionistas, de la nomenclatura cultural, fueron acercándose al PAC y se pusieron la camiseta en apariencia. No pocos lograron ser reelegidos en puestos en direcciones y jerarquías, con base en el criterio de “el mérito, la capacidad y la experiencia”.

Pero claro, la experiencia y supuestas capacidad y mérito estaban asociadas a una realidad concreta: solo ellos habían gobernado y ejercido el poder en cultura (y otros temas), entonces cómo hacer un cambio real con nuevos cuadros de mérito pensando así.

Es que “la persona conoce muy bien la institución, tiene los títulos necesarios y ha demostrado capacidad”, dijeron. Y todos sabemos que la capacidad y los títulos son materia relativa y de controvertida calificación en la actualidad. ¿Fue capaz alguien que logró llevar a cabo un proyecto dentro de un gobierno, pero lo hizo precisamente porque tuvo el favorecimiento de los jerarcas del otro partido? Y es un hecho, toda persona que estuvo antes en un gobierno, conoce mejor la entidad que una persona que ingresa, no debemos buscar una varita mágica para saberlo, pero ¿no era que un partido político traería un gobierno de cambio, de un replanteamiento en el modo y esencia de hacer las cosas?

La meritocracia, otrora confusa de por sí, quedó sin mérito, pasó a ser algo más: la amigocracia. Al final no imperaron los cuadros de partido -no hablamos de los pegabanderas, no de quienes aportaron dinero para una campaña o se arrimaron por interés a último momento-, sino de quienes con todo el mérito por capacidad, formación académica, experiencia y real vocación partidaria, al final quedaron afuera, para dar paso a los viejos jerarcas que, empotrados y empoderados en las entidades de gobierno, supieron hacer valer sus condiciones e imponer su agenda.

Al final, los amigos de los jerarcas, indistintamente de su filiación partidaria, por confianza y algún “mérito”, se quedaron.

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En algún momento el escritor Uriel Quesada dijo para la literatura lo que podría aplicar para la política: quizás somos tan pocos y tan conocidos todos en esta aldea política que todo termina siendo naturalmente endogámico. Samuel Stone, en su obra “La dinastía de los conquistadores”, deja claro que en Costa Rica quienes han manejado el poder son tres o cuatro familias, con el arrimo de uno que otro valiente que logra cautivar a estos poderosos clanes.

Pienso que Costa Rica es hoy una aldea un poco más compleja, no tan definida en los clanes familiares, menos endogámica quizás, pero aún manejada por un nuevo tipo de relaciones: la amistad conveniente. En buen tico: “la argolla”. Y no es de extrañar cuando la gente dice sin pudor alguno que en “el único problema de la argolla es no estar dentro”. Como ayer, hoy en la política es así.

Quizás las fronteras entre los partidos políticos son imaginarias, inexistentes y se estiran al antojo de otros intereses (en cultura como en la política, porque finalmente se trata de un comportamiento de cultura política nacional). En ese caso, los partidos son solamente instrumentos para alcanzar el poder, sin contenido ideológico o programático real. Y claro, quizás usted piense que así sucede en otras partes del mundo, pero ¿eso significa entonces que debemos tolerarlo y permitirlo?

Y es comprensible por lo dicho, pero además porque es la dinámica idiosincrática del costarricense en sus actuaciones cotidianas en sus actividades comunes. Es decir, así actúa el tico promedio.

En algún momento, pensé que el acceso del PAC al gobierno significaría un cambio sustancial de la clase política en el poder -de esa vituperada clase dirigente-, con cuadros nuevos en el poder. El cambio ha sido, ciertamente, pero ha sido parcial y gradual, pero principalmente en temas asociados al progresismo, como los derechos humanos. Y ese también es un cambio cultural importante.

En términos del teórico Nicolás Poulantzas, estamos de frente a una reconfiguración del bloque en el poder, es decir, solamente ha cambiado una parte del bloque, desde el liderazgo de un par de presidentes carismáticos en esos temas. Pero, ¿es una ruptura sustancial? ¿Hay posibilidad de hacer verdadero chocolate sin cacao natural? ¿Podrá un gobierno hacer algo diferente con el mismo bloque en el poder, con los mismos cuadros repartidos en cuotas de poder partidario?

Estamos de frente a una nueva forma de entender a la política y los partidos políticos en Costa Rica, en la que quizás los partidos pasan a ser cascarones cuya única función sea de orden electoral y momentánea. Quizás ha sido la forma en los últimos 20 años, con variaciones de algún tipo. La fidelidad y lealtad partidaria han pasado a segundos y terceros planos de prioridad en la toma de decisiones, en la forma de nombrar estadistas y de acuerpar propuestas de acción política. La meritocracia partidaria no es posible, porque se impone la amigocracia.

Ahora bien, la amigocracia tiene serios riesgos políticos, cuando ella se impone sin consideraciones de formalidad y sin seguir valores partidarios. Veamos al menos tres de peso: 1) cuando usted asume, por amistad y confianza, cuadros de un gobierno anterior que ha sido ampliamente criticado por corrupción, asume el riesgo de confirmarse como un cómplice y encubridor de los desmanes de ese gobierno, además de que esas mismas personas del gobierno anterior podrían obstaculizar o entorpecer -burocráticamente hablando- toda investigación al respecto que se realice; 2) si usted tiene una propuesta de un partido político, para ejecutarla, obviamente quienes podrán ayudarle a realizarlo mejor son los cuadros propios que colaboraron en el diseño y pensamiento de esa propuesta, sus amigos podrán empeñarse mucho y ofrecerle lo mejor posible, pero nunca estarán interesados porque ellos tendrán su propia agenda partidaria, social y política, conformada tras muchos años de estar en el poder; 3) a nivel electoral el partido verá mermado su apoyo, el cobro por el continuismo y el no cambio realizado se hará patente en la próxima contienda, porque la gente votó por un cambio y se sentirá defraudada. Así le sucedió en campaña a Carlos Alvarado, pero en esa ocasión eso no fue determinante.

La amigocracia es un mal del que padecen todos los demás partidos, sin excluir al Frente Amplio, cuyos cuadros de poder más bien son muy cerrados y sus criterios políticos, en algunos temas, aún deben pasar por el tamiz de la experiencia partidaria.

Y eso se hace poderoso cuando observamos el comportamiento dogmático de grupos pentecostales y progresistas, que tejen sus propias redes de la amigocracia con intereses creados, cada día más evidentes para el pueblo costarricense. El ascenso electoral de los restauradores -con el viejo o el nuevo partido- vienen a calar en la nueva polarización ideológica de la política; ya no se trata de ideología y méritos bien elaborados, sino de prejuicios, mitos y construcciones de pensamiento en las que el costarricense participa en su actividad diaria.

Por ahora, va quedando claro que la amigocracia impera, que si alguien desea servir no debe preocuparse tanto por ganar méritos -aunque le son útiles sin duda-, sino por tener muchos amigos que lo apoyen y empujen, sin importar un partido político y sus propuestas. Predomina ante el mérito, la capacidad de la simpatía y empatía.

Ya no votamos por partidos políticos y sus programas y propuestas, ahora votamos por líderes y sus grupos de amigos. Y estamos avisados de esta mala señal sobre el funcionamiento de la política y la democracia moderna.

La #amigocracia, así con etiqueta de redes sociales, es hoy, ya, un concepto con un claro contenido y sustento en la realidad política. La meritocracia se diluyó por su propia subjetividad y ha dado paso a una vieja -pero ahora más evidente- forma de establecer relaciones de poder en la política costarricense.

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1 thought on “¿Por qué el cambio no es posible? Amigocracia en la cultura política costarricense

  1. Jamás puedo estar de acuerdo.
    Dañino a la verdadera democracia y priva del derecho a quien si puede realizar una labor con honestidad .

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