Indígenas prostitutas: el espantoso prejuicio colonial ¿de lo que somos? ◘ Voz propia
Aceptarnos como mestizos, hermosos en nuestra diversidad étnica y cultural, es lo que podemos hacer hoy para afianzarnos hacia el futuro.
Foto solamente ilustrativa.
Archivo. Cuando los españoles llegaron a América se encontraron ante la posibilidad de usurpar y violar mujeres sin ninguna consideración moral o humana. Como los indígenas eran considerados salvajes, incivilizados y paganos (no cristianos) usarlos como carne para el placer era básicamente permitido (Fray Bartolomé de las Casas). En la Conquista las violaciones fueron de muchos tipos contra las mujeres humanas indígenas.
El genocidio vino acompañado de muchos vejámenes inhumanos.
Al llegar la Colonia sobrevino el mestizaje, pero no uno consensuado, sino uno lamentablemente producto del acoso y violación de las indígenas. Los capataces y dueños de las haciendas violaban a sus empleadas jóvenes y de pronto aparecían hijos e hijas de indígenas un poco más claros, pero nadie reclamaba porque temía acabar bajo tierra.
Los hombres indígenas eran sometidos al sistema de la encomienda, una clara forma de esclavitud contra la población nativa.
Incluso durante el siglo anterior mujeres indígenas o pobres eran violadas por los patriarcas o los vivazos. Y si los hombres reclamaban el cepo*, aplicado por los curas, funcionaba bien como castigo. Y sí, el cepo aún se aplicaba en Costa Rica en el siglo pasado para castigar la desobediencia indígena. Narra el exdiputado cotobruseño Israel Ávila que a inicios de la década de los sesenta un italiano de apellido Marcusi aún usaba el cepo para castigar a los desobedientes en Limoncito de Coto Brus.
Recuerde usted historias como la del “Clis de sol” de Manuel González Zeledón (Magón), que eran comunes en los pueblos, donde un vivazo blanco o un hacendado hacía de las suyas sometiendo o engañando la ignorancia de los mestizos o indígenas pobres.
De las creencias despectivas de que los indígenas eran ingenuos, fáciles de manipular, tontos y miserables, surge también poco a poco la vulgar interpretación de que las mujeres de los indígenas son “moneda de cambio”, son cosificadas y tranzadas por licores o “favores” particulares. Primero violadas abiertamente, luego usadas a cambio de cosas, así la tradición opresiva desde la Conquista española continúa y así era como los “civilizados poderosos” trataban a los “salvajes indios”.
Ciertamente en algunos pueblos, también se daba que hombres indígenas sin escrúpulos prostituían a sus mujeres para obtener dinero, licor, caballos y otras cosas. Todavía hoy vemos pidiendo dinero en San José a mujeres de la cultura Ngäbe que provienen de Panamá a la colecta del café, mujeres usadas porque en algunos casos los hombres se toman en licor lo ganado en el campo.
El escritor más leído de este país, José León Sánchez, es hijo abandonado de una indígena prostituta, según narra él mismo. El desprecio y manipulación que sufrió durante muchos años es producto de esos prejuicios racistas, por ser hijo indígena proveniente de Cucaracho de Río Cuarto. Pero además, por haber sido acusado de robar las estatua de la Virgen de los Ángeles, estar 30 años en la isla San Lucas y finalmente resultar jurídicamente inocente e incluso recibir una solicitud de perdón por parte de la Iglesia Católica.
Sánchez Alvarado (con ambos apellidos de conquistadores españoles, vaya ironía), el escritor indígena que siempre fue despreciado por la misma élite de la cultura costarricense, que recibió el Premio Magón tardíamente, a pesar de sus extensos méritos, es ejemplo claro de esos odiosos prejuicios históricos. (Continúa abajo…)
No puede uno dejar de lado ese pensamiento de que la misma violación de las indígenas desde el siglo XVI dejó en la impronta colectiva la impresión de que todo aquello que provenga de los indígenas puede ser hoy también violado fácilmente. La mujer mestiza, chola, mulata o indígena es más fácil de comprar o de conseguir. La blanca, en cambio, no, porque es de estirpe, de nobleza, de clase, hija del gamonal o del hacendado. La historia marca, sin duda, lo que aún somos en el presente, pero eso debe cambiar.
Así surge, más o menos, la vulgar creencia de que las indígenas son fáciles de prostituir y, además, muy baratas. Y las consecuencias no importan, aunque sean tener hijos que van a sufrir el desprecio social. Por eso debemos reaccionar con fuerza y entender que esos espantosos prejuicios coloniales tan racistas solamente nos convierten en aquellos salvajes que vinieron del otro lado del mar para cometer un genocidio y una de las agresiones más horribles que la humanidad registra en su historia de opresión y violencia.
Debemos reaccionar con fuerza para hacer comprender a la gente que esos prejuicios nos definen en nuestro retraso social y cultural, nos definen como seres humanos sin capacidad de superarse en todos los aspectos.
Que la manifestación chabacana, vulgar y despectiva de Wálter Céspedes, el alcalde de Matina, sirva para entender que debemos eliminar muchas expresiones de esa misma calaña, dejar de decir “fila india”, “indio comío puesto al camino”, “indios vagos”, entre otras, que solamente hablan de desprecio y maltrato hacia lo que somos, y hacia el “de donde provenimos”; aunque no nos guste aceptar que somos producto de un mestizaje desagradable.
En todo caso, pocos pueblos y culturas en este mundo pueden presumir que vengan de glorias pasadas donde no haya habido opresión, maltrato y toda clase de violencia. Los “blancos”, llámense ingleses, gringos o españoles, han construido sus imperios a punta de sangre y destrucción de otros pueblos.
Cuando uno ve personajes como Céspedes dirigiendo la política de un cantón y de una región con ese lenguaje, esa expresividad y esa forma de actuar, entonces uno entiende por qué algunos pueblos no se desarrollan, por qué Costa Rica como un todo no puede salir adelante a pesar de tantas bondades que tiene.
Aceptarnos como mestizos, hermosos en nuestra diversidad étnica y cultural, es lo que podemos hacer hoy para afianzarnos hacia el futuro. Y tomar mejores decisiones con los políticos que elegimos, por favor.
*El cepo era una forma de castigo contra trabajadores indígenas desobedientes o que no creían en las enseñanzas religiosas. Consistía en atar a un yugo de manos y cabeza a los hombres bajo la intemperie, ya fuera sol abrasador o aguacero.
Gracias por el escrito, y el recorrido histórico de esta injusticia.
La utilización y explotación del cuerpo de la mujer para utilizarlo como moneda de cambio, como elemento de venta y obtener beneficios para un tercero, debe acabarse; y es la sociedad en su conjunto la que tiene el deber de cambiar esta forma de ver a las mujeres.
Citar Comentario
El racismo lo manifestamos veladamente hacia los negros y abiertamente hacia los indígenas. Y en toda Latinoamérica es igual.
Citar Comentario